La imagen del país como destino para invertir se mantiene en niveles altos pero no así la opinión que tienen los nacionales
Una recesión monumental; tres procesos electorales generales en los últimos cuatro años; la voluntad independentista de parte de la población en Cataluña; incontables casos de corrupción política y empresarial… La reputación del país, y con ella la de sus empresas, ha vivido momentos muy difíciles en los últimos 20 años, pero es lo suficientemente sólida para que pocas cosas cambien a ojos de los demás. Informes del Instituto Elcano, Brand Finance, Reputation Institute o Mesías realizados tanto a base de encuestas como con índices construidos con instrumentos cuantitativos (PIB, exportaciones, prima de riesgo, inversión, turistas recibidos, etcétera), sitúan al país entre los 20 primeros puestos del mundo por su calidad institucional, el marco social y el nivel de desarrollo. “¿Puede España convertirse en un país europeo normal?”, se preguntaban en The Economist el año pasado, en un reportaje monográfico al hilo de la crisis catalana. La respuesta: “Hay pocos lugares mejores”. El valor de la marca del país dado por la sociedad de evaluación internacional Brand Finance alcanza 1,6 billones de dólares y se mantiene en el puesto 12º.
“El prestigio de los países se ha construido lentamente a lo largo de siglos. España, a diferencia de otros Estados relativamente nuevos que no han conseguido distanciarse de los países que los rodean, proyecta una imagen clara, y eso es una gran ventaja”, explica Carmen González, directora del Observatorio Imagen de España del Instituto Elcano. El think tank lleva años estudiando la proyección nacional, que experimentó su peor momento reciente en los años de la crisis. “Ahí alcanzó su punto más bajo, y estaba directamente relacionado con la prima de riesgo”, señala González. Ahora que las aguas bajan más tranquilas, la institución constata que la valoración externa ha mejorado. Pero hay algo que sigue siendo chocante: la percepción interna de los españoles es peor que la externa. Y eso ocurre en pocos Estados —concretamente cinco de la veintena de los analizados por Elcano en ese aspecto: Japón, Italia, Sudáfrica y Brasil—. “Hubo momentos en los que había una diferencia muy notoria. En 2014 la valoración interna era de un 5,2 y la externa de un 6,7 sobre 10. Ocurre que lo que es muy importante para nosotros, como la corrupción o el tema catalán, se vive aquí con intensidad y dramatismo, pero fuera es algo muy menor que recibe una atención muy limitada”.
Lo mismo sucede con fenómenos políticos con los que los empresarios suelen llevarse las manos a la cabeza. “Cuando aparecieron nuevos partidos, como Podemos y Ciudadanos, la prensa les prestó mucha atención, pero en el año 2016 ya habían pasado a convertirse en algo normal en el juego político. Vox ha vuelto a recibir atención por lo que tiene de fenómeno nuevo, pero pasará lo mismo que con los anteriores”.
Fruto de fenómenos políticos y de la evolución de la economía, el Observatorio Mesías ha elaborado un ranking que estudia, con variables cuantitativas —no encuestas—, la fortaleza de la reputación en cada comunidad autónoma y su evolución en el tiempo. Islas Baleares, Madrid y Cataluña son las regiones con más proyección, frente a Cantabria, Asturias y Extremadura, que están a la cola. Aquí Cataluña “experimenta una pérdida neta de fortaleza que la sitúa en un valor inferior al registrado en 2012”. Pero a pesar de ello y como ocurre con la imagen global del país, la sangre no llega al río, ya que asciende un puesto en el ranking debido a que Navarra desciende tres en el periodo estudiado. En cuanto a la capacidad de atraer inversión externa, Madrid presenta la trayectoria más estable en los 17 años analizados, seguida del País Vasco y Cataluña.
¿Un mundo de ciudades?
La competencia entre el poder de los Estados por su imagen está dando paso a la rivalidad entre grandes urbes, que se organizan para defender su parcela de protagonismo internacional para que eso termine beneficiando a su tejido económico.
El empresario Pau Guardans, presidente de la cadena Único Hotels y de la asociación Barcelona Global, cree que en no mucho tiempo “150 ciudades moverán el mundo”. Él apuesta por que la capital catalana sea uno de esos hubs. “Ni entramos en historias de banderas ni en luchas políticas. Tenemos mucho más en común que lo que nos separa”. Reclama una fiscalidad atractiva que atraiga a los mejores trabajadores: “En París o Lisboa tienen trajes a medida para repatriar y atraer talento. ¿Por qué aquí no?”. Y recuerda que la visión metropolitana es mucho más rentable a largo plazo que una dimensión estrictamente urbana, porque, dice, los visitantes “ya no van a venir atraídos por grandes infraestructuras” como antaño, sino por un conjunto de variables que tengan que ver con la calidad de vida, la racionalidad a la hora de proyectar el espacio público y, cada vez más, por aspectos medioambientales.
Miguel Mayorga, profesor y arquitecto urbanista de la Universidad Politécnica de Cataluña y de la UOC, recuerda que la competencia moderna entre urbes que arranca en el siglo XIX termina desembocando en la idea de “la ciudad como producto”, y que a mediados del siglo pasado un puñado de grandes urbes comienzan a ser vistas como focos económicos globales. “Lo que ocurre ahora es que el concepto de smart city se ha vuelto diferencial”. Y subraya que ninguna ciudad puede tener buena reputación en todo, pero que el equilibrio de su modelo será lo que defina su fortaleza, también la económica.
Fuente: https://elpais.com/economia/2019/06/13/actualidad/1560436465_828753.html